El viaje como forma de aprendizaje

Francesc - Argentina
La Judit Torras m’enviava aquesta crònica que va escriure ella l’any 2011 i que havia perdut entre papers sobre el meu viatge de volta món:

El viaje como forma de aprendizaje

La sala no es muy grande y estí¡ en penumbra. Un centenar de personas permanecen en silencio. No hablan. No parpadean. Miran, embelesados, la vida palpitando al otro lado de la pantalla; escuchan, ensimismados, una historia con sus noches y sus dí­as. Hay, en la sala, un chico joven que inicia, en su pueblo natal, un ciclo de conferencias para dar a conocer los periplos de su travesí­a, un punto de encuentro donde comparte momentos vividos, paisajes admirados, tiempo invertido.
Seis meses le bastaron a Francesc Balagué para organizar el viaje, ordenarse en el caos y volar hacia el sur. Se fue con 19 quilos a la espalada, suficientes para dejarse vivir durante un aí±o y cuatro meses en un viaje alrededor del mundo. Transitó por mí¡s de veinte paí­ses, partiendo de Barcelona y llegando a Moscú, cruzando desiertos, mares y montaí±as para regresar, dieciséis meses después, a su hogar, La Llacuna, un pueblo de unos 900 habitantes de la Catalunya interior.

Todos viajamos por algún motivo en concreto: para alejar la monotoní­a, para saciar la sed de conocimiento, para poder ver la realidad con nuestros propios ojos, pero…
… ¿y a Francesc?
… ¿Lo movió el inconformismo y la curiosidad, también las tantas preguntas sin respuesta?
-Vi que cuando terminase el doctorado, habí­a una etapa de transición, que tení­a que entrar en el mundo laboral, y como no tení­a trabajo fijo, era el momento idóneo para imaginar el proyecto de vuelta al mundo.
Francesc querí­a un cambio, romper con lo que estaba haciendo.
”Lo que me gusta es viajar y ver mundo”, así­ que vio una oportunidad de aprendizaje lejos de las aulas, lejos de la mesa y la pizarra y cerca de los sitios que anhelaba conocer desde la infancia ”como la Patagonia, el desierto de Atacama, los Himalayas del Nepal o las montaí±as de Nueva Zelanda”.
-Lugares de paisajes inigualables- asegura Francesc.
Y aprovechó las circunstancias para poner en prí¡ctica la teorí­a de los 6 grados, una creencia que intenta probar que cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de seis conocidos.
– Aquello fue mí¡s de lo que me podí­a imaginar. La gente me acogió y me cuidó como uno mí¡s de la familia. Me impresionó mucho- confiesa. Conocer a tanta gente no tiene precio. Cuando te reciben de esa manera- hace un paréntesis, sopla y continua- desborda.


Recién terminados los estudios secundarios, decidió ingresar a la facultad. Hizo dos carreras, realizó un posgrado y se marchó recién doctorado. Francesc, a sus 31 aí±os, es maestro de educación primaria, psicopedagogo y doctor en Pedagogí­a. Un dilatado expediente sobre el cual gravita un verbo que siempre lo ha obsesionado: aprender.
-Yo trabajo con el verbo aprender, pero ademí¡s, como persona, tenerlo en mente siempre me ayuda a ser receptivo, a estar abierto, a ser inquieto. De entrada, viajar es una incomodidad, es romper con tu nivel de confort y con tu nivel de estabilidad. Por lo tanto, no todo el mundo estí¡ dispuesto a hacerlo, pero va ligado con el hecho de conocer cosas nuevas cada dí­a.
Así­, Francesc apostó por un viaje vivencial, matriculí¡ndose en uno de los mejores mí¡sters no reglados: dar la vuelta al mundo sabiendo que el aprendizaje puede darse en cualquier lugar y es siempre mí¡s rico y duradero cuando se participa del proceso intensamente.
Para ello, en cada paí­s procuró encontrar proyectos o actividades vinculadas a la educación, preocupí¡ndose de conocerlos y de intercambiar impresiones, demostrí¡ndonos, sin quererlo, que el viaje también puede ser una oportunidad única para idear nuevos planes de futuro. Francesc fue agente activo y generó una red de contactos que ahora, de vuelta a casa, le permiten iniciar proyectos con personas de todos los lugares del mundo. Pero eso ocurrió porque Francesc se tomó el tiempo suficiente para reflexionar, permitiéndose ”excesos” consigo mismo y ”cuando tienes tiempo para pensar- asegura Francesc- la cabeza produce de una manera alucinante. Pensar ayuda a reinventarse y te da capacidad para ir aprendiendo, sobretodo en momentos de crisis”.
-Ademí¡s, ¡viajando te sientes libre!- afirma con un deje de alivio.
”En nuestro dí­a a dí­a no tenemos esta libertad de levantarnos y decidir qué queremos hacer, pero por otro lado, aprendes que esto no deberí­a ser un condicionante por el hecho de viajar sino que deberí­a ser una manera de pensar”. Pero en tu ciudad, inmerso en tu propio entorno, es muy difí­cil hablar con un desconocido, nadie se mira, nadie se ve. Y en estas circunstancias es difí­cil interactuar con las personas.
-Pero hay que intentar- sonrí­e para sí­ mientras lo cuenta, como si aún no terminara de creérselo- que esta libertad que sientes cuando viajas la puedas reflejar en tu dí­a a dí­a, que no haya ese abismo entre la vida que llevas cuando estí¡s viajando y cuando estí¡s trabajando.

Francesc no desaprovechó sus últimas palabras para lanzar un mensaje de gratitud, que le nutre y le desborda pensando especialmente en todas esas personas que, de alguna manera, han compartido con él la aventura de vivir.
Una hora y media le bastó para transmitirnos que el mundo es un vasto océano de oportunidades y un lugar mí¡s cercano de lo que pensí¡bamos. Una hora y media para demostrarnos que un viaje a largo plazo no es una huida hacia adelante, no es esconderse, es buscarse. Es volver a tomar la calle y recuperar la libertad. Es comprobar que es posible vivir de otra manera, fuera de la vorí¡gine, con mí¡s lentitud.
Las fotografí­as del viaje llegaron a decir lo que él querí­a que dijeran.
Al salir, nos quedamos largo rato con las instantí¡neas pegadas en los ojos.

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